martes, 2 de octubre de 2012

Trípode. Bebida. Conducir. Mamífero. Rana.

Conducir le relajaba. Para ser honestos, era una de las cosas que más lo hacía, y llevaba ya tiempo sin hacerlo.
No tenía coche, pero esa misma mañana decidió alguilar uno. Le daba igual el modelo, quería el que gastara menos combustible para así llegar más lejos.
El jóven de la oficina de alquiler de coches no parecía muy contento cuando le mostró su carné de conducir estadounidense. De hecho, estuvo mirando unos papeles antes de enseñarle los coches que tenían disponibles.

Sus amigos nunca llegaron a entender su afición por los coches, ya que durante su infancia, había sufrido un grave accidente. Tendría unos diez años cuando pasó. Iba camino del supermercado con su madre. Recuerda que era sábado y que no le apetecía nada, pero que iba sin quejarse porque mamá le había prometido comprarle un helado a la vuelta. Todo pasó muy rápido, y además iba concentrándose en su silencio - cosa que le resultaba bastante difícil. Unos dijeron que fue un perro, otros que fue una cabra. A su mente, divertida, le gustaba recordar que fue un elefante. De lo que no cabe duda es de que fue un mamífero.
Ese día no se había puesto el cinturón, por lo que su pequeño cuerpo salió despedido contra el parabrisas. Además de muchos huesos rotos, estuvo en coma durante casi dos meses. Justo cuando su familia iba a darse por vencido, despertó. Todos se llevaron una gran alegría - ¡imagínense ustedes!- , sus amigos de clase fueron a hacerle una visita y hasta papá le había regalado la cámara de fotos que tanto le había pedido, con su trípode y todo.
Estuvo viviendo en el hospital un mes más, ya que los médicos querían hacerle todo tipo de pruebas antes de darle el alta. Tenía medio cuerpo escayolado, aunque eso no le molestaba. Lo que peor llevaba era el aparato que le habían puesto en la boca, porque también se había roto la mandíbula. Este aparato le hacía estar todo el tiempo con la boca cerrada, cosa que en condiciones normales le costaba mucho. No porque pasara hambre, la bebida nutritiva que le daban en el hospital le saciaba bastante. El problema era no poder hablar, ni preguntar cosas - era la persona más preguntona que conocía.

En todo esto iba pensando mientras conducía por la ladera de una montaña no muy alta. Había tenido suerte, ya que había dado a parar allí de día. Suponía que de noche toda esa parte estaría mal iluminada, por lo que esperaba poder salir de ese tramo de curvas y subida lo más pronto posible para poder dar la vuelta y poder regresar antes de perderse.
Fue entonces cuando vio algo moverse en la carretera. Y se asustó, se asustó mucho. Toda una hilera de recuerdos bloqueados pasaron por delante de sus ojos. Y dolor, mucho dolor.
En esa parte de la ladera de la no muy alta montaña sólo se escuchó el rugir de unas ruedas derrapando. La suerte acompañaba una vez más. Si otro coche hubiera venido detrás suyo, el golpe habría sido fatal.
Respiró hondo unas tres o cuatro veces, aún con los ojos cerrados. Puso las luces de emergencia nada más abrirlos - cosa que no le libraría de un futuro porrazo. Decidió moverse.
La vio al dirigir su mirada hacia la carretera. Era una rana, una rana enorme, la más grande que había visto nunca. Debía de estar bastante asustada también, ya que la oía croar arrítmicamente teniendo las ventanillas subidas.
Estuvo mirándola bastante rato, tanto que perdió la noción del tiempo y se le hizo de noche. Al ponerse el sol, la rana hizo el primer movimiento, terminando de cruzar la carretera y desapareciendo entre los arbustos.

Al entregar la llave al día siguiente, decidió que nunca más se pondría frente a los mandos de un coche.

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